Su pasión siempre fueron las Fuerzas Armadas, concretamente el Ejército de Tierra. Y como los sueños a veces se cumplen, Isaac Suárez, natural de Oviedo pero con ADN lacianiego -desde que tenía un año residió en la comarca, primero en Caboalles de Abajo y luego en Villager– aprobó en 2002 la oposición para oficial de la organización militar. Desde ese momento y hasta ahora, han pasado más de 21 años de servicio en los que ha servido en cinco unidades diferentes.
Su destino actual es el Centro General Marvá del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial -INTA- de Madrid. Y dentro de sus funciones, uno de los cometidos asignados, es un proyecto conjunto de investigación entre el INTA y el Ejército de Tierra, que se desarrolla en la base Gabriel de Castilla, en la isla Decepción -Antártida-.
Gracias a este plan conjunto, llamado ‘Proyecto de auscultación de los procesos activos sobre la ladera y la costa acantilada del entorno próximo a la Base Antártica Española Gabriel de Castilla’, pudo el capitán Isaac Suárez pudo participar en la XXXVI Campaña Antártica del Ejército de Tierra “y cumplir el sueño de esta aventura en este continente alucinante, inhóspito y a la vez fascinante que es la Antártida”, relata a Laciana Digital.
La aventura comenzó el 27 de diciembre de 2022. Viajó en avión desde Madrid a Buenos Aires, donde permaneció dos días hasta que en otro avión voló a Ushuaia, “Tierra de Fuego, denominada ‘fin del mundo’, porque desde ahí zarpa el buque español de investigación polar BIO HESPERIDES con base en Cartagena, que sería nuestra casa y nuestro transporte hasta la Antártida”.
En Ushuaia estuvo cuatro días, “ya que debían hacernos PCR y asegurarse de que embarcábamos libres de COVID, tanto para nuestra estancia en el buque como posteriormente para nuestro desembarco en Antártida”.
Una vez embarcados en el Buque BIO Hespérides, comenzó nuestro viaje hasta la Antártida que duraría más de cuatro días “cruzando el temido mar llamado ‘Paso de Drake’, que es el tramo de mar que separa América del Sur de la Antártida, entre el cabo de Hornos y las Islas Shetland del Sur (nuestro destino), un tramo de mar considerado por los navegantes como uno de los más tormentosos y duros del planeta”.
Y vaya que sí lo es, admite el lacianiego. “Alguno de los días las olas eran poderosas y grandes, el buque no paraba de moverse y alguno de los tripulantes lo pasó realmente mal sin poder levantarse de la cama del camarote. Afortunadamente a mí no afectó en absoluto y pasé una travesía dentro de la normalidad e incluso disfrutando del viaje entre ballenas, pingüinos, cormoranes, etc”.
Una vez allí, “esa primera imagen desde el buque, del territorio Antártico, esa estampa blanca desde la lejanía me impresionó mucho y es una de las cosas que no se me olvidarán, era un sueño cumplido”. Quien le iba a decir a este chico de Villager que iba a poder estar en la Antártida “si solamente algunos privilegiados podían hacerlo. En ese momento yo era uno de esos privilegiados y sentía una tremenda felicidad”, confiesa Suárez.
Su primera impresión al llegar a la zona Antártica fue que no hacía demasiado frio, si bien es cierto, cabe reseñar que las misiones en la Antártida se hacen entre los meses de diciembre hasta final marzo aproximadamente ya que es el periodo estival. “Hacer este tipo de misiones en el invierno antártico sería imposible por las condiciones meteorológicas”, explica.
La temperatura oscilaba permanentemente entre -5º y 3º, “que no es demasiado bajo, o al menos a mí no me lo parecía. Se podrá decir que el invierno lacianiego es más frio que el verano en isla Decepción. Nevó algún día y sobre toda hacía mucho aire y viento que sí que hacía bajar la sensación térmica muchísimo y ahí sí que se sentía el “frio Antártico”, estar sin guantes, aunque fuese pocos minutos, era suficiente para no poder mover luego bien los dedos”.
Isla Decepción, continúa diciendo, en sí misma “es un volcán activo, es un territorio “rara avis” dentro de la Antártida, su cono se hundió y dio lugar a esa apariencia de anillo casi cerrado por completo, solamente abierto por un pequeño paso estrecho acantilado llamado “Los Fuelles de Neptuno”, unos cortados impresionantes de 550 metros. El paso del buque por esa zona ya es en sí una cosa impresionante”.
Su estancia en la isla fue en la Base Antártida Española Gabriel de Castilla, junto con el resto de dotación militar del ejército de Tierra y científicos civiles (incluidos de otros países como Portugal, Chile, India…) de diversos proyectos de investigación.
El objetivo principal del ‘Proyecto de auscultación de los procesos activos sobre la ladera y la costa acantilada del entorno próximo a la Base Antártica Española Gabriel de Castilla’ es detectar y analizar la evolución de los procesos geodinámicos externos.
Ese objetivo se plasmó en el terreno en cuatro tareas principales “que fueron mi trabajo y cometido en la isla”: análisis de la recesión costera mediante el desarrollo de modelos predictivos y simulaciones y análisis térmico mediante fotografía aérea; análisis topográfico de la ladera donde se ubica la base y detección de deslizamientos diferenciales mediante GPS; y recogida de muestras de PERMAFROST -capa de suelo congelado permanentemente- en la zona de estudio.
Por último, el proyecto también dio apoyo a la referenciación de imágenes SAR programa PAZ Ciencia. “Entre otras aplicaciones de las imágenes que proporciona este satélite PAZ, se encuentra la de control de deformación del terreno mediante la técnica de interferometría radar con la instalación de reflectores. En este proyecto se utiliza esta técnica para desarrollar un protocolo más sencillo y barato de alerta temprana de movimientos en el terreno que puedan afectar a las instalaciones de la Base Gabriel de Castilla”, explica el lacianiego.
¿Cómo es la vida en la Antártida?
“En esas latitudes, la flora brilla por su ausencia, hay líquenes y musgos”, relata el capitán. La fauna “sí que es rica y abundante, llena de lobos marinos, la mayor colonia del mundo de pingüinos barbijos, ballenas, leopardos marinos, focas, etc”.
En cuanto a la vida en la isla, al final “las personas que conoces allí se convierten en tu familia durante la estancia, creando vínculos de amistas que seguramente perduren mucho tiempo, incluso para siempre. En la Isla también hay una Base de la Armada Argentina y la relación entre ambas bases y militares es muy buena. Están relativamente cerca una de la otra”.
La rutina diaria era levantarse a las 08:00 horas, desayunar y “cada uno se ponía a trabajar. Parábamos para comer y por la tarde seguimos trabajando hasta las 20:00 horas aproximadamente. Hay que tener en cuenta que los proyectos van y vienen durante la campaña antártica y el tiempo es limitado con lo que hay que aprovechar todo el tiempo durante nuestra estancia para sacar el mayor rendimiento al trabajo”.
Tras la cena y la reunión de coordinación para la jornada siguiente, “jugábamos al futbolín, a las cartas, al ajedrez, veíamos la televisión, hablábamos con la familia, cosas así”. Como curiosidad, Suárez destaca que “no se hacía de noche en ningún momento, se quitaba un poquito la luz, pero siempre era de día, al principio era extraño, pero luego te acostumbras. Me hubiese gustado ver el cielo estrellado en el hemisferio sur, distinto al nuestro, pero fue imposible por este hecho”.
Una vez finalizada la misión regresó a España. “La vuelta de la Antártida fue igual que la ida, en el buque BIO HESPERIDES pero esta vez, debido al tiempo, algún día más, quizás estuve navegando 6-7 días y no volvimos por Argentina y Ushuaia, esta vez volvimos por El puerto de Punta Arenas de Chile. El mar de Drake como a la ida, un infierno, pero esta vez tampoco tuve ningún problema con las nauseas”.
La aventura le guardaba unas de las imágenes más bonitas en el tránsito hasta Punta Arenas atravesando el imponente Canal de Beagle, un estrecho paso marítimo que conecta el océano Atlántico y el Pacífico, “con multitud de glaciares y una estampa preciosa y digna de ver”.
Una vez llegado a Punta Arenas de Chile, permaneció allí durante dos o tres días, “hasta que cogí un vuelo que me llevaría a la capital Santiago de Chile y ya desde ahí otro vuelo que me llevaría de vuelta a casa a Madrid el día 15 de febrero”.
Esta experiencia, sin lugar a dudas, le cambió la vida. “Sobre todo te cambia la forma de pensar y ver el mundo, lo insignificantes que podemos ser, lo inmenso que es el mundo, lo bonito y a la vez frágil que es”, admite el capitán. “Que aún existen sitios vírgenes, como hace millones de años y que un lacianiego, quizás el primero, haya podido estar en el continente Antártico… eso me llena de orgullo y doy gracias por poder haberlo vivido”.
Pisar el continente antártico “es especial y que un velaxio haya conseguido llegar allí y poner el nombre de su pueblo me hizo tremendamente feliz a mí y espero que a todos mis familiares y amigos que compartieron esta aventura conmigo”. Porque Isaac Suárez siempre que va a cualquier parte del mundo, lleva el nombre de Villager por encima de todo.
21 años de trayectoria en el Ejército de Tierra
Su primer destino -de alférez- fue la Unidad de Zapadores Acorazada 12 en la base ‘El Goloso’ de Madrid. Posteriormente, y ya siendo teniente, se trasladó a la brigada paracaidista de Alcalá de Henares, donde participó en la operación de la ONU ‘Libre Hidalgo II’, en Líbano. Luego se fue a la Unidad Militar de Emergencias -UME-, en concreto el BIEM V de León. Allí permaneció casi diez años, hasta que ascendió a capitán. De ahí lo destinaron a la Dirección de Adquisiciones del Mando de Apoyo Logístico, donde participó, con motivo de la pandemia, en la operación ‘Balmis’. Actualmente su destino es el Centro General Marvá del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial -INTA- de Madrid.
Mi enhorabuena a Isaac por haber culminado esta extraordinaria experiencia digna de recordar todavía vida.
Enhorabuena eres un gran patriota lacianiego has hecho patria en tierras frías y lejanas Un fuerte abrazo
Muchas gracias por compartir con todos nosotros tu inolvidable experiencia.Enhorabuena en tu regreso con la impagable sensacion del deber cumplido.Te quiero.