Un berciano en la corte leonesa

Se espera mucho de Eduardo Morán al frente de la Diputación de León. Hay grandes expectativas políticas. La provincia leonesa atraviesa un momento muy delicado a nivel económico y social. Las crisis de la minería, de la agricultura y ganadería, así como de la industria no se han superado. La provincia está absolutamente desvertebrada y desnortada. No hay un liderazgo claro que aúne planes, ideas, esfuerzos y proyectos. Sólo se aplican parches y reina la sensación de que cada uno hace la guerra por su cuenta en una especie de sálvese quien  pueda aunque sea a costa del vecino. Hay que recomponer ejes lógicos de vertebración como Ponferrada-Astorga/La Bañeza-León, o el subcantábrico, o el arco atlántico, o La Bañeza-norte de Portugal. Hay que priorizar y ejecutar. Y hay que plantarse unidos para reivindicar ante la Junta de Castilla y León, ante el Gobierno central y ante Bruselas. Por ejemplo, el relanzamiento del Incibe o de la Ciuden deben ser problemas de Estado para todos los leoneses. Hay que romper la barrera de El Manzanal, un puerto que históricamente ha separado y ha generado fronteras mentales insalvables. Por eso es tan importante que un berciano haya llegado a la Presidencia de la Diputación. Y no un berciano cualquiera sino un político veterano, experimentado, profundo conocedor de la administración local. Eduardo Morán, alcalde de Camponaraya, un municipio de éxito.

El anterior presidente, el popular Martínez Majo, tenía todos los mimbres para triunfar, pero falló porque se dejó alucinar por el oropel de querer ser político protagonista en la corte leonesa. Ay, los abalorios y espejismos. Decidió acaparar poder y sumar a la Presidencia de la Diputación el liderazgo de su partido, decisión que conlleva tomar partido en las guerras internas y el esfuerzo de equilibrar las influencias de las distintas familias del partido. Se encastilló en su despacho del Palacio de los Guzmanes  y jugó a ejercer como noble de horca y cuchillo. Un remedo de su inigualable e inaguantable antecesora, cuyos taconazos y chillidos aún se escuchaban estos años de atrás en los salones de palacio. El resultado es que ha dejado a la provincia embarcada en proyectos muy poco digeribles como la red comarcal de parques de bomberos, la quiebra de Gersul, la renuncia a planificar una política provincial en materia de Turismo a favor de los intereses de la capital, un ILC sin rumbo, las onerosas sentencias judiciales pendientes, una mala gestión en la promoción del aeropuerto y, sobre todo, la incapacidad para acabar con los remanentes anuales, que el pasado año llegó a los cien millones de euros.  Insostenible.

¿Se dejará cegar el nuevo presidente de la Diputación por los brillos de la corte palaciega de la capital leonesa? Vamos a ver. Tiene los medios, los recursos y las herramientas. Él debe poner el coraje, la capacidad de decisión y la voluntad.

Por de pronto ha sido un revés que no haya podido convencer a Rogelio Blanco, ex director general del Libro y responsable de que la Unesco reconociese los Decreta de León, para que aceptase dirigir el Instituto Leonés de Cultura, tras cuatro años de sequía y desgobierno. Una pena.

 

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