Tánger, la ciudad que no existe

Myriam, tangerina de nacimiento y que ronda la treintena, me cuenta durante el trayecto del ferry con rumbo a Tánger que no reconoce esta ciudad en la que pasó su niñez. Un lugar que en los últimos años se ha transformado, de manera vertiginosa, en otro muy distinto. Según sus palabras el aumento de población venida de otros puntos de Marruecos y el dinero del Golfo Pérsico han cambiado su fisonomía: “Los saudíes llegaron para incitar al salafismo y empezaron a pervertir la sociedad de Marruecos con sus petrodólares”, dice con cierta amargura. Ella está casada con un español, tienen un hijo y los tres residen en el País Vasco. Los últimos veranos sólo han vuelto a Tánger de manera ocasional para ver a la familia. Este agosto han venido a dejar al chico con su abuela unas semanas, pero ellos no se van a quedar en la ciudad. Sienten que ya no les pertenece.

Literatura internacional

Tánger siempre estará ligada a grandes escritores: Paul Bowles, Jean Genet, Jack Kerouac, Mohamed Chukri, Rodrigo Rey Rosa… La lista es larga y sin lugar a duda este es uno de sus activos inmateriales más importantes, lo que buscaban miles de turistas cuando venían aquí por primera vez. Digo buscaban porque, tal y como me cuenta el filólogo y académico tangerino Abdelkhalak Najmi, el número de veraneantes y divisas extranjeras disminuyó drásticamente en la ciudad a partir de los atentados contra las Torres Gemelas, algo que, a su vez, empeoró el tejido económico de toda la región del Rif y que la crisis económica del 2008 terminó de rematar.

También me cuenta que no sólo ha cambiado la geografía física de Tánger, también ha cambiado el habla popular que antes se encontraba durante el protectorado, salpicada de palabras españolas y francesas. Todo ese legado y jerga vernácula se lo ha llevado por delante el cambio de siglo y el tren de alta velocidad. Inaugurado en noviembre de 2018, el nuevo sistema ferroviario de última generación une Tánger con Rabat y Casablanca en menos de dos horas. Esta aventura arriesgada con un coste de más de 2.300 millones de euros está todavía por evaluarse, aunque de momento ya es juzgada por muchos actores sociales y asociaciones, como Stop TGV, que no entienden este desembolso tan grande por parte del Gobierno alauita cuando hay tremendas deficiencias en campos tan importantes como la sanidad y la educación.

Una lluvia de millones que desde luego no ha llegado a la maravillosa librería internacional Les Insolites, perfectamente situada en el número 28 de la calle Khalid ibn Oualid (antes calle Velázquez). Su dueña, Stéphanie, llegó a esta ciudad desde Niza y decidió abrir este pequeño espacio cultural hace diez años.

Durante todo este tiempo no ha recibido ningún dirham de subvención o ayuda pública. Estos días he estado hablando bastante con ella. Me dice que la profesión de librera en esta ciudad debería tener una prima de riesgo. Es una mujer que ha luchado mucho para mantener su negocio abierto, incluso hubo una vez que fue a su banco a decir que tiraba la toalla, pero, una vez allí, le convencieron para que se diese otra oportunidad. Ahora se alegra, ya que la situación económica ha mejorado un poco gracias a una clientela fija que confía en su criterio y hace pedidos de libros desde otros puntos de Marruecos. A estos últimos hay que sumar algunos turistas despistados que entran a curiosear, tomar un té y comprar algún libro.

Stéphanie se queja de lo caro que es montar un negocio para un extranjero en Marruecos y lo difícil que es vender libros a la clase media tangerina. Como sugieren sus palabras, buena parte de ella es demasiado beata y practicante, por lo que es difícil un maridaje con sus autores preferidos y su fondo editorial, más internacional y laico. Para el escritor rifeño Mohamed Saïyd las quejas y el amor están muy cercanos y quizá esta también es un poco la historia de nuestra librera francesa: Le jour où disparaît le reproche, disparait l’amour.

Los que terminan de llegar

Muy cerca de la plaza 9 de Abril, al lado del cine más bonito del norte de África, se encuentra un parque lleno de tumbas y gente en tránsito hacia Europa. Venidos desde todos los rincones del continente, acaban de llegar a la ciudad. Hay madres subsaharianas, casi adolescentes, que dejan a sus hijos gatear entre las lápidas. Al igual que Stéphanie también se quejan, aunque sus motivos son distintos: el maltrato que sufren a manos de la policía marroquí, los atropellos y trabas legales que les impiden trabajar aquí y les convierte, de facto, en mendigos y parias. Maldicen su legendaria mala suerte que les ha dejado varados a este lado del estrecho de Gibraltar.

Me cuentan que se suelen reunir alrededor de la catedral de Nuestra Señora de la Ascensión, donde hay un comedor social, pero que como es agosto el personal se ha ido a España y estos días no hay nadie por allí.

Como muy bien cuenta Mahmud Traoré en su libro Partir para contar, en esta comunidad hay mucha crítica hacia el trato que reciben, hablan sin complejos de la falta de atención que tienen en Marruecos y sobre la ausencia de un amor que, según ellos, debería ser panafricano y cómplice.

Isaak Begoña Ortiz

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