El Tam-Tam

Hay lecciones que nos cambian por completo y que aparecen así, de repente, casi sin darnos cuenta,
a pesar de que somos nosotros mismos los que las hemos provocado. La vida a veces nos parece un
cúmulo de ínfimos detalles sin nexo aparente entre sí aunque, sin embargo, son esos mismos
detalles los que articulan, como por arte de magia, pequeñas historias conectadas una a otra, las
cuales, si las juntásemos todas pieza a pieza, como en una suerte de gran puzzle, llegaríamos a
entender, siquiera un poquito, el maravilloso y completo cuerpo de ese gran misterio que llamamos
existencia.
Una de esas lecciones me acaba de pasar justo ahora, a diez mil metros de altitud, rumbo hacia el
perenne sol de las Afortunadas. Es como un golpe en la frente, una verdadera epifanía
estremecedora y simple. Me doy cuenta, en este mismo instante que a pesar de volver a la tierra
cálida y entrañable que a lo largo de estos últimos 20 años me ha cuidado como a un hijo, la tierra a
la que amo libre y salvajemente, a pesar de eso, mi corazón se queda en la montaña silenciosa e
imponente, en el frío valle y en la niebla espesa, en el caudal del río y en los chopos de la ribera. A
pesar de los muchos años que llevo sin pisar aquella tierra y sin hablar con esas gentes, este golpe
instantáneo de consciencia me revela que la montaña tiene ecos poderosos que se me han quedado
impregnados en las entrañas. Quizás sus sonidos estén casi borrados por el paso del tiempo, apenas
perceptibles entre el run-run moderno y caótico de la gran ciudad. Sin embargo, cuando uno vuelve
sobre los pasos que le vieron marchar, así hayan pasado mil años, esos ecos resucitan con inusitada
fuerza y entonces el tam-tam de la montaña vuelve a golpear en las sienes y en el corazón y uno
asiste, entre atónito y embelesado, a la maravillosa transformación que le va aconteciendo. El
acento cambia, poco a poco, tono a tono, y la música vocal de las gentes de Laciana se me cuela en
los porqués y en algunas expresiones. Es el murmullo de los valles resurgiendo en mis pulmones.
Incluso ahora, escribiendo en una cabina presurizada que sobrevuela el atlántico, oigo el nítido
canto de los pájaros anunciando la mañana, la gélida mañana que avanza presurosa por las brañas
de la comarca, huyendo de un letal frío que se resiste a abandonarla.
Es curioso. La vida nos da sus lecciones más cruciales en los momentos más insospechados. Hoy he
aprendido algo revelador. He aprendido a saber de dónde vengo: de las altas y libres tierras de
Laciana, del orgullo minero y de los verdes prados, de los frondosos bosques y del río helado; del
oso, del urogallo y también del lobo de antaño. He aprendido que por muy lejos que me lleven mis
pasos, por muchos hogares que habite, paisajes que mire, lenguas que hable, personas que ame, por
muchas cosas que haga y logros que conquiste, el tam-tam de la montaña siempre vendrá conmigo,
con paso firme, al frente, marcando con tono exacto hasta el último latido que exhale mi corazón