El origen: la incertidumbre se apodera del mundo

El imperio romano se encontraba en el siglo I viviendo una época de estabilidad gracias a la seguridad que le daban sus legiones y con ello el dominio sobre la gran extensión territorial en la que Roma ejercía su poder. Desde España a Mesopotamia y desde el Rin a Egipto, la forma de vivir y morir estaba regulada por las convicciones romanas.

Consecuencia de esta estabilidad, la vida se había vuelto acomodaticia para los habitantes del imperio, más allá de los conflictos propios del imperio. Las revueltas de los pueblos sometidos y el mantenimiento del siempre difícil equilibrio del poder político en Roma eran las amenazas que los emperadores Octavio Augusto y Tiberio debieron afrontar, y lo hicieron con éxito.

Así pues, los romanos podían dedicarse a perseverar en cuestiones más espirituales, aunque siempre imbuidas de su sentido práctico. Sus certezas morales y religiosas tenían un componente práctico inmediato como lo acredita el hecho de tener un dios para cada necesidad, aunque fueran estas opuestas como es el caso de amor o de la guerra. A los romanos todo les valía en el ámbito religioso siempre que con ello obtuvieran un beneficio en este mundo.

Vivian muy cómodos con sus dioses a los que procuraban agradar persiguiendo un fin retributivo inmediato cuando surgió en uno de los extremos del imperio, una de sus regiones más pobres, una nueva visión espiritual radicalmente opuesta al modelo romano, es más, diametralmente opuesta al modo de vivir impuesto por Roma.

Aparece el germen de lo que sería una nueva religión cuyo epicentro es Jesús de Nazaret. En un mundo acomodaticio espiritual y materialmente, emerge una figura que logra poner la simiente de una visión radicalmente diferente de los cánones establecidos del ser humano. Si conseguimos vislumbrar, aunque sea de forma muy tenue, la época de Jesús, podemos intentar entender el choque que supuso para el ciudadano corriente la predicación de este.

Les chocó a los judíos, Él era judío, los escandalizó, no le entendieron. Pero, no renegó de ellos, los amó. Aquí nos encontramos con uno de los principales obstáculos a la labor de Jesús. Por no entenderlo, lo persiguieron a través de la trama de poder e institucional judía. No obstante, algunos le creyeron y siguieron, fueron los primeros cristianos. Por ello no debemos albergar reticencias frente a los judíos, sino más bien entenderlos como san Juan Pablo II que los consideró como nuestros hermanos mayores en la fe.

Surge un debate sobre si Jesús era un reformador que pretendía una nueva alianza con el pueblo elegido o vino a crear una nueva alianza teniendo por destinatarios todos los seres humanos. Jesús traspasó todas las expectativas incluso de sus temerosos primeros seguidores y con Él el cristianismo paulatinamente se fue diseminando como una marea imparable por todo el imperio. Al principio con muchas dificultades, tuvo muchos enemigos. Además del ya citado imperio romano con toda su maquinaria de poder y la celosa clase dirigente política judía, tuvo que hacer frente a las primeras disensiones internas y consecuencia de ello a la aparición de las primeras herejías.

Simón el Mago es considerado como el primer hereje quien defendía una doctrina parecida al gnosticismo. Luego vinieron otros como los Ebionitas que no creían en la divinidad de Cristo, o los Elkesaítas cuya doctrina era una mezcla de mosaísmo y cristianismo. Unas cuantas rarezas doctrinales más fueron cerniéndose como amenazas a la incipiente Iglesia. Toda esta corriente de herejías obligó a la Iglesia, podríamos llamar verdadera, a poner cierto orden y ayudar a los fieles en su proceso de discernimiento sobre lo verdadero y lo falso.

Se procedió a la creación de las primeras escuelas catequísticas, en definitiva, escuelas de formación en la verdadera fe, fruto del esfuerzo de los obispos, y se precisaron los libros que debían considerarse como sagrados dando lugar a los libros canónicos.

De la labor de los primeros cristianos se derivó la conclusión de que era necesario erigir una comunidad organizada, que pudiera implementar el mensaje de Jesús en el mundo. Surgió la Iglesia en su doble ámbito, el material, mundano como institución que se desarrolló hasta alcanzar la entidad que todos conocemos. Por otro lado, la Iglesia tiene una dimensión transcendente, cuyo origen es Jesús.

Frente a todas las amenazas que sufrió en sus orígenes, tanto la Iglesia como su mensaje permanecieron firmes y finalmente superaron y dejaron atrás todas las herejías y obstáculos. Ello fue posible gracias aun cúmulo de circunstancias que abarcan desde la intervención de la providencia, pasando por la fuerza moral del cristianismo y el ejemplo de los primeros cristianos llegando incluso al martirio en muchos casos.

Nos encontramos pues ante un cristianismo en rápida expansión que debe hacer frente a un mundo cuyos valores tienen su fundamento en la filosofía greco-romana. El ver cómo interactúan estas dos colosales visiones de la realidad humana y divina será objeto de análisis más adelante. Lo que está claro es que las certezas espirituales y morales van a sufrir un importante vuelco.

 

 

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