PREMIOS MUJER 2024

Alonso, en el recuerdo

España es un país de grandes entierros, plañideras y homenajes póstumos. Históricamente se nos ha dado mejor hablar bien de los muertos que de los vivos y reconocer los méritos del finado antes que hacerlo en vida. Va en  nuestros genes. Somos así. Uno se tiene que morir para que el pueblo le haga un homenaje. Lo que se le negó en vida se le reconoce cuando ya no puede ni defenderse. Es la tradición. Pocos eméritos han sido profetas en su tierra. En vida casi ninguno.

La pasada semana asistí al homenaje que  el todo León rindió a la memoria del ex ministro del Interior y de Defensa José Antonio Alonso, en los gobiernos de su amigo y paisano el socialista Rodríguez Zapatero. Sólo hubo ausencias por fuerza mayor. Hasta el presidente Herrera y el alcalde de León, Silván, ambos del PP, no dudaron en asistir y rendir tributo con palabras emocionadas y, seguramente, sentidas.

Del mundo profesional de la Justicia no faltó nadie. Hasta la hoy polémica alcaldesa de Madrid, la jueza Manuela Carmena, se dio el palizón para rendir homenaje a uno de sus mejores amigos en la Asociación de Justicia para La Democracia. Todos los que hablaron contribuyeron a diseñar el perfil de un hombre bueno, demócrata, comprometido, progresista, tímido, aficionado al fútbol y amante del flamenco, lector empedernido, fino escritor de sentencias bien construidas, amigo de El Habichuela, con quien arrancaba soleás a la guitarra, o de José Tomás, a quien acompañó en alguna de sus grandes tardes de riesgo y triunfo. Dijo Zapatero que Alonso era una garantía de legalidad en las decisiones de los consejos de ministros.

Así era José Antonio Alonso, es decir un desconocido para muchos. Un gran ministro, a quien se debe el tejido de los últimos mimbres que acabaron con ETA o los que construyeron el edificio legal para combatir la creciente corrupción política. A él se debió, como ministro del Interior, la eficaz investigación que en poco tiempo desentrañó hasta la última duda de los terribles atentados del 11-M de 2004 en Madrid. Lo dijo Conde-Pumpido, Alonso aplicó el rigor y todo el peso de la ley para llegar hasta las últimas conexiones del peor atentado del terrorismo yihadista en Europa. Ya no hay sombras, aunque aún algún compañero periodista siga intentando sacar agua de un pozo seco. Está en su derecho. Estamos en una país demócrata, entre otras razones, porque hombres como Alonso dieron lo mejor de sí para hacerlo posible.

Alonso se había retirado ya de la política hacía unos años y había vuelto a ejercer de juez, su auténtica profesión y vocación.  Qué oportunidad perdida para haber rendido este homenaje merecido en vida. Alejado de la política y juez de la Audiencia Provincial de Madrid, Alonso seguía siendo el mismo hombre prudente y discreto. Era carne de cañón para el olvido, incluso entre los suyos, entre los leoneses, entre los socialistas leoneses. Por eso, lo terrible es que se haya tenido que morir antes de tiempo para que todo el mundo se una en un homenaje merecido, pero tardío.

Aprovechando la emoción del acto, el ex presidente Zapatero miró a los ojos al alcalde Silván y le hizo una petición: una calle en El Crucero, el barrio ferroviario y obrero de la capital leonesa, que recuerde el nombre de uno de sus hijos más predilectos en este convulso inicio del siglo XXI.  Ahí quedó la petición, mezclada con las últimas notas de una canción de Leonard Cohen. Para no olvidar.

 

 

 

 

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