Pánico a la desconexión

¿Se imaginan un mundo sin internet? Si tiene menos de 40 años, seguramente no, ni siquiera se lo habrá planteado. La mitad de la humanidad ya se conecta a la red (según datos de 2017, más de 3.500 millones de personas) y el  número sigue creciendo a una velocidad de 10 nuevos usuarios por segundo. Hace menos de 25 años, en 1995, la cifra estaba por debajo del 1%.

Pero internet no es infalible. Una tormenta solar, una avería en los cables que cruzan el océano o un ataque informático, entre otras causas, podrían hacer que nos quedáramos sin conexión en ciertas áreas geográficas, incluso globalmente, durante algún tiempo. ¿Y cuáles serían las principales consecuencias? Económicas, pensarán. Sí, pero también energéticas y de abastecimiento, pues buena parte de los suministros están informatizados. Las líneas telefónicas se colapsarían al pasar a convertirse en el principal medio de comunicación. Los servicios de emergencia serían inaccesibles para muchos y estarían atestados. Todo esto es imaginable. Lo que no lo es tanto es la alerta que ya lanzan los especialistas. Una desconexión a internet tendría también consecuencias sicológicas en la población: ansiedad, estrés y síndrome de abstinencia son algunas de las que están constatadas.

Más allá de las queridas por unos y denostadas por otros redes sociales, de la sobredosis de aplicaciones, del ‘martilleo’ del whatsapp, del spam, internet se ha hecho imprescindible en nuestra vida diaria: consultar el tiempo, los horarios del transporte, el prospecto de un medicamento, cualquier dirección, pedir cita para un sinfín de servicios, estar en contacto con la familia…

Un profesor de la Universidad de Stanford planteó a sus alumnos, hace ya una década, un experimento, permanecer sin internet 48 horas y comentar después en el aula los efectos observados. Fue imposible. Los alumnos, airados, argumentaron que ello les impediría hacer los deberes de otras materias, afectaría gravemente a su vida social y generaría inquietud entre sus allegados. El profesor dio marcha atrás.

Lo que se convierte en imprescindible nos esclaviza. Ya no hacen falta zombies, extraterrestres o catástrofes naturales para imaginar un futuro postapocalíptico. Solo hace falta que alguien o algo desenchufe la red. El pánico está asegurado.

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