Original recuerdo en el último adiós

Los cementerios de Castilla y León esconden múltiples piezas singulares de homenaje que suponen auténticas lecciones de la vida en el espacio para la muerte

J. López     Junto a la muerte, el último adiós y el descanso eterno, los cementerios de Castilla y León albergan auténticos conjuntos funerarios que sorprenden por su originalidad en un mar de cruces blancas, imágenes icónicas de dolor y panteones con más o menos historia. Son sentidos homenajes a sus feudos, recuerdos de años mejores, relatos de vivencias compartidas, pero sobre todo lecciones de vida muy personales en medio de la muerte.

En el pequeño pueblo de Gramedo, en plena Montaña Palentina, destaca una obra visible desde fuera de su minúsculo cementerio. Se trata de una mujer a tamaño real, en mármol, sentada sobre la tapia, con una paloma en la mano y un ligero vestido. Fue un diseño del hijo de la difunta y un encargo “muy especial” hace un par de años, explica Leonor García, de Mármoles Pablo García.

En el pueblo, junto a Cervera de Pisuerga, residen tres personas en otoño e invierno. La figura de la mujer domina varias calles desde la parte más alta de la localidad. Es el único panteón del cementerio, que no cuenta con más de una docena de tumbas, todas ellas acompañadas únicamente por cruces metálicas y a los pies de la iglesia parroquial de San Miguel, de origen románico, como evidencian su espadaña y algunos canecillos. “Si os dais cuenta es un lugar hasta romántico”, justifica García.

Antiguamente, recuerda, se esculpía todo a mano, pero ahora se dispone de maquinaria. “No es lo de antes, que se tardaba meses. Y antes era todo mármol y ahora es granito”, sentencia. En todo caso, aclara que la mayor parte de estas peticiones es de “caprichosos”, en el buen sentido del concepto, “gente que busca cosas antiguas, como ángeles, porque es más artístico, aunque encarece el producto”. Habitualmente, cuando se registran estas demandas, es un escultor quien lo talla a mano, “porque no hay nada imposible”.

Una de las tumbas más singulares de España se esconde en el camposanto de Ávila capital, donde solo la figura principal ya lo dice todo. Se trata de una ‘peineta’, una mano con el dedo índice hacia arriba que invita a irse al lugar donde la espalda pierde su casto nombre. Pese a ello, el epitafio reza: “A hombros o en un carrito/ lleno de flores llegamos / Con cínicas alabanzas nos despiden / pero ya no nos importa / porque no escuchamos / Más os decimos con esperanza / que al final de este viaje / os esperamos”.

Señalan las principales firmas del sector del arte funerario que los castellanos y leoneses, en general, son “sencillos en este ámbito, muy de costumbres, austeros, que no es lo mismo que decir que es negativo, sino algo nuestro”. Existe la percepción de que si alguien “se sale de lo normal, ya es mucho, y para otros es nada, cuando en Levante o Andalucía el que no tiene un jarrón parece que no quiere a la familia”.

Escultura de una mujer con una paloma en el cementerio de la localidad palentina de Gramedo. / M. Chacón
‘Patética mujer’

Ni siquiera muchos vallisoletanos conocen las obras de arte que esconde el cementerio del Carmen. Para ello, el investigador Jesús Anta se ha propuesto impulsar ese interés mediante rutas guiadas por el camposanto. La primera que muestra tiene incluso nombre, ‘Patética mujer’, del escultor José Martínez Oteíza (1870-1942), un militar del Ejército entrado a artista y que cuenta con obras que han estado expuestas en el Ayuntamiento de la ciudad. Esta talla, que sirve de lápida del panteón en el que se asienta, representa a una mujer, sentada sobre una piedra, boca abajo, como una sirena, y con los pies descalzos. Una bella estampa culminada con una sábana o velo que la cubre. “Es una pieza única”, resalta Anta, quien recuerda que es de caliza alicantina, una piedra muy blanda y cómoda para trabajar la escultura, pero que ciertamente se deteriora con más facilidad.

Este tipo de obras compensan la ausencia de epitafios en la necrópolis vallisoletana, una curiosidad difícil de encontrar. Lo mismo le ocurre a un cristo yacente, que se atribuye también a Oteíza (aunque no está claro), en el mismo material que la anterior por ser muy demandada en la época, entre las décadas de los años 20, 30 y 40.

Y a no más de cincuenta metros, muy cerca del panteón de los vallisoletanos ilustres, una niña con los brazos en alto y abiertos, preside un panteón, probablemente en el que ella misma pase sus eternos días. El investigador considera que puede ser una representación del día de su Primera Comunión o quizás de su boda, por que lleva zapatos de tacón, y antes los casamientos se realizaban con menor edad. Por ello, se presupone que falleció joven.

El catedrático emérito de Historia del Arte de la Universidad de Valladolid y presidente de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, Jesús Urrea, atribuye esta bella figura a Aurelio Carretero, autor de las obras de Cervantes y el Conde Ansúrez, que imperan en la Plaza de la Universidad y en la Plaza Mayor, respectivamente.

El cementerio vallisoletano aguarda numerosas de estas tallas, como también la que acompaña a un joven que murió en accidente laboral, y que refleja a un hombre de rodillas, sin camiseta y descalzo; y otra de un bailaor conocido de la ciudad, con una pérgola que cobija una camiseta blanca con lunares rojos, todo ello en mármol.

Panteón con una escultura femenina denominada ‘Patética mujer’, del escultor José Martínez Oteíza en el cementerio del Carmen de Valladolid. / R. Cacho
El hombre dormido

El cementerio nuevo de Aranda de Duero, operativo desde 1973, alberga un panteón cuya lápida representa a un hombre dormido. Antonio, trabajador del camposanto ribereño, recuerda que cuando se realizó el traslado de todas las tumbas desde la necrópolis antigua, ya demolida, ésta fue una de las que más llamó la atención. Proviene de una capilla del poblado de Viña Arnáiz, en Haza (Burgos).

Se ha colocado como base de un panteón y representa a una persona dormida, con su bigote del siglo XIX. “En 1880, se funda esta capellanía por don Martín Arnáiz López”, reza el breve epitafio.

Muy semejante es el panteón de Julio del Campo, el cantero y constructor leonés, en cuya sepultura se puede apreciar la imagen del cantero, con unos libros en la mano así como un mazo, y un crucifijo.

En Palencia se hallan dos singulares monumentos funerarios. Uno de ellos decora la Huerta de Guadián, uno de los antiguos cementerios de la ciudad. Se trata del sarcófago encargado por el palentino Daniel Infante para su esposa, Matilde Valcárcel, que falleció en Argentina en 1917. El conjunto escultórico cuenta con un relieve con la cara de la mujer. El segundo, en el mismo lugar, se encuentra un sarcófago del siglo XIX que iba a formar parte de este antiguo camposanto y que nunca se llegó a usar.

En Segovia, el arte también aparece de la mano de Carlos Muñoz de Pablos quien coloca en el nicho del también escultor José María García Moro una de sus obras para el recuerdo eterno.

Son formas de decir adiós, pero sobre todo de decir que no olvidamos.

Panteón con la figura de un hombre dormido que data de 1880 en el cementerio nuevo de Aranda de Duero (Burgos). / Ical
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