Miguel Combarros

A menudo hay seres a nuestro lado que pasan silenciosos, sin querer molestar, y en su humildad cercana apenas podemos vislumbrar lo luminoso de sus vidas. Así, el padre Combarros, nacido en Barrientos en 1929, redentorista y poeta. Un gran poeta. En los días de estudiante en El Espino burgalés y en Astorga, tuvo la oportunidad de familiarizarse con Virgilio, Horacio, Antonio Machado, Unamuno, Gerardo Diego, Leopoldo Panero y tantos otros. Poetas, sobre todo. Licenciado en Filología románica por Salamanca, en los tiempos de Lázaro Carreter, Antonio Tovar, Manuel García Blanco y demás maestros, ejerció como profesor de Lengua y Literatura, intervino en recitales poéticos, frecuentó tertulias literarias, escribió en revistas, publicó libros y obtuvo premios, completando así un currículo literario de envidiable altura. Y además, también fue misionero en el Congo durante más de veinte años, lo que le permitió hablar las lenguas lingala y quicongo de los bantúes, que fueron sus feligreses. De ahí brotaron numerosos artículos y un libro titulado Dios en África. Pero su mejor vehículo de expresión ha sido la poesía. «Estaba como deslumbrado ante la grandeza de los paisajes, la inmensidad de la selva y la fuerza de los ríos: un mundo asombroso de belleza y de luz me suspende en un éxtasis y no acierto a entonar un solo canto», dice, y también, «Sí, África me marcó profundamente y para siempre. Sigo viendo en ella la pureza original del paraíso». También nació de ahí el poemario África: vida y llanto, del que solo ha aparecido una selección de poemas que claman ante la injusticia en que viven sus gentes, pero donde late siempre la esperanza.

En 1993 obtuvo el primer Premio de Poesía de Villafranca del Bierzo por El Cristo de Carrizo, y en 1999 publicó en Mérida Caminos hacia el alba, en palabras de don Bernardo Velado Graña, «una lección de sencillez, transparencia y hondura. Da alegría seguirle en la fluidez musical de sus poemas, donde la luz impera como su metáfora preferida».

A finales de ese mismo año le concedieron en Roma el XIX Premio Internacional “Fernando Rielo” de Poesía Mística. Su libro, El don de la palabra, resultó ganador entre 231 obras de 25 países de América, Europa y Asia. Según el jurado, «Combarros imprime a su poesía aquella hondura del don de una palabra humana que es imagen y semejanza de la palabra divina. A Combarros le duele la palabra que no encuentra, la más exacta, armoniosa y tierna para expresar lo que siente; por eso tiene sed sufriente de amor divino, pero también destila júbilo, ternura, canto de alabanza por doquier”.

En 2003 publicó un nuevo poemario, Oficio de la luz, el más estimado por su autor, y en 2012, Símbolo y profecía.

Además ha publicado en 2004 una antología titulada Poemas para orar, que recoge textos de san Francisco de Asís, J. Manrique, san Juan de la Cruz, santa Teresa, Góngora, Lope de Vega, los Machado, Dámaso Alonso, Leopoldo Panero, Bernardo Velado Graña y muchos otros, también propios, a lo que hay que añadir numerosos libros en prosa de carácter moral y didáctico, destinados a reflexionar sobre los valores que deberían orientar la vida hoy.

Poeta de la luz y la esperanza, como ha sido frecuentemente definido, figura en varias antologías poéticas y ha escrito artículos en revistas de alcance nacional.

Por su vida dedicada a la tarea educadora y misionera, y por su poesía, que merece ser conocida dada su indudable calidad, queremos rendir un particular homenaje a este hombre sensible y cultivado que es el padre Miguel Combarros.

La hondura, humanidad y fuerza lírica de su poesía puede verse en unos pocos versos de un poema más largo:

 

Mujer de ébano y llanto

 

¿Por qué,

diosa y mujer de ébano y llanto,

todo el dolor del mundo desemboca en ti?

………………………

Yo te he visto crecer en la sabana,

música y sol, gacela y armonía,

bebiendo a chorro limpio

la vida desbordante

de soles y de insectos,

de pájaros y lluvias tropicales.

 

Apenas una niña ibas meciendo

tu inocencia total,

camino de la fuente o de los campos,

al ritmo de tantanes interiores.

Y tus gráciles miembros

como un ángel sin peso ibas trenzando

para danzar liturgias renovadas.

 

He visto madurar bajo la luna

tu cintura, tus pechos, tu sonrisa.

Mujer en esperanza,

ya eres selecta presa

de todos los chacales que te acechan.

¡Qué efímera tu infancia!

¡Qué breve el paraíso de inocencia!

…………………..

(De África: vida y llanto)

 

Martínez Oria, enero de 2019

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