La tradición del camino “xacobeo” por Astorga se remonta a bien entrada la Edad Media. Período en que esta ciudad se convierte en un paso de gran relevancia para los peregrinos que se dirigen hacia Santiago de Compostela.
Desde toda su historia, esta comarca maragata era caracterizada por ser zona estratégica de comunicaciones y un punto de cruces de diferentes caminos que se bifurcan. Sin embargo, su unión con el Camino de Santiago jugó y sigue jugando un papel esencial, siendo el Camino Francés la ruta que dio su gran condición xacobea.
Astorga, con más de veinticuatro hospitales, tenía la característica de ser, después de Burgos, la ciudad con más centros de todo el Camino. Esto resultaba muy valioso para el caminante, pues el peregrino está sometido a muchas dificultades durante todo su trayecto, sin embargo, el factor más temido que puede echar abajo todo lo andado son las lesiones. Es por ello, que toda persona caminante desde el inicio de su camino ansía poder encontrar un lugar donde le puedan curar sus heridas y enfermedades causadas de la enorme travesía.
Esta característica dio a la ciudad un componente esencial, que la hizo convertirse en un centro de gran importancia para la acogida y alojamiento del peregrinaje. Porque para el peregrino, naturalmente, la parada en Astorga resultaba imprescindible para resolver el deterioro del largo caminar con su mirada puesta en las duras etapas de montaña que se avecinan hasta Compostela.
Desde Austurga hasta adentrarse en mis tierras gallegas, el peregrino se va con un alegre, pero triste recuerdo por dejar la ciudad, como narraba Panero en su poema «Campos de Astorga»:
¡Oh hermosa
quietud agonizante!
Siempre lejos,
campos de Astorga tristes,
siempre alegres detrás de mi recuerdo,
lo mismo que si fuerais
la sustancia de un sueño,
que volveré a soñar cuando la infancia
retorne al corazón cansado y viejo.
Alberto García-Alén