Ilsa Barea-Kulcsar, una vida en la sombra

Por Georg Pichler


Carnet del Frente Popular de Ilsa Barea-Kulcsar, enero de 1937.

A pesar de su intensa vida, su compromiso político y su labor como intermediaria entre las culturas alemana, inglesa y española, Ilsa Barea-Kulcsar es apenas conocida. Algo se sabe de “Ilsa la de la Telefónica” gracias al retrato que su segundo marido, Arturo Barea, ha dibujado de ella en La llama, el tercer volumen de su trilogía autobiográfica La forja de un rebelde. La descripción de aquella mujer menuda, rolliza, políglota, enérgica y de convicciones firmes que Barea ofrece en su novela se centra en la persona que el autor madrileño había conocido en el edificio de la Telefónica en el Madrid bombardeado del otoño de 1936. Pero omite muchos detalles de su juventud en Austria y de su exilio común en Inglaterra y su vida tras el final de la Segunda Guerra Mundial, una época que ya no forma parte de la trilogía. La novela Telefónica y el legado de Ilsa Barea-Kulcsar, hasta ahora desconocido, la muestran como una mujer en igualdad de condiciones con sus dos esposos, cuyos apellidos llevaba en las últimas décadas de su vida, y son una portentosa razón para sacar a la autora de la sombra de sus dos maridos y de la historia.[i]

Ilse Wilhelmine Elfriede Pollak nació el 20 de septiembre de 1902 en Viena. Su padre, Valentin Pollak (1871-1948), fue un pedagogo de renombre que dirigió durante muchos años el presti­gioso instituto de enseñanza secundaria Wasa-Gymnasium de Viena, el centro predilecto de la burguesía judía de la capital austriaca. Su madre, Alice von Zieglmayer (1872-1948), procedía de la baja nobleza austriaca; gracias a esta rama de la familia, Ilse tuvo como tío político a Johann Schober, un importante político conservador de la Primera República austriaca y responsable de la sangrienta represión de una manifestación obrera en julio de 1927.

Desde su época de estudiante de instituto militó en diferentes agrupaciones socialistas como la Juventud Obrera Socialista o el Partido Obrero Socialdemócrata (SDAP). Esta actividad política explica que tardara ocho años, de 1920 a 1928, en terminar su carrera universitaria en la Facultad de Ciencias Políticas y de Derecho de la Universidad de Viena. Por diferencias ideológicas se dio de baja en el partido socialdemócrata en 1921 y se afilió al Partido Comunista (KPÖ) al que pertenecía también Leopold Kulcsar (1900-1938). Los dos se casaron al año siguiente y pronto se convirtieron en una pareja política de renombre en aquella Viena roja: “A los dos […] se les llamaba, sobre todo en el entorno de las organizaciones juveniles y de formación, los Kulcsars, una pareja insepa­rable que sobresalía por su brillante fraseología revolucionaria, pero que también destacaba a menudo por su inquietud política y su falta de disciplina”[ii]. Ilse comenzó a trabajar como redactora de economía del órgano del partido, Rote Fahne (Bandera Roja), hasta que en 1924 se produjo un conflicto entre el KPÖ y los Kulcsars en torno a una cuestión táctica: la inclusión en la lucha revolucionaria de la pequeña burguesía nacionalista, empobrecida por la recesión económica. Como la pareja se opuso a dicha táctica, un tribunal arbitral del partido prohibió a Leopold publicar cualquier texto durante un año, un veto que se extendía también a su mujer. A consecuencia, ambos se dieron de baja en el KPÖ.

En 1925, Ilse viajó a Rumanía por encargo de la legación soviética de Viena para “contactar con un dirigente de la oposición rumana y entregarle fondos económicos”[iii]. A los tres meses interrumpió su misión por razones desconocidas. En su viaje de vuelta fue detenida en Budapest, junto con su marido y otro austriaco. Acusada de colaborar con la Unión Soviética, de intentar sacar “datos políticos, económicos, sociales y militares de Rumanía y Hungría”[iv] a Viena para enviarlos desde allí a Moscú y de poner en peligro la seguridad del estado húngaro –el régimen protofascista de Miklós Horthy– estuvo ingresada en prisión preventiva durante cuatro meses. En la cárcel contrajo una grave enfermad pulmonar debido a las malas condiciones higiénicas de la celda. Finalmente, a principios de abril de 1926 fue declarada inocente y expulsada del país.

De vuelta a Austria, ella y su marido rompieron definitivamente con el KPÖ que les había dejado abandonados negándoles cualquier ayuda legal durante su estancia en la cárcel. Los dos comenzaron a militar de nuevo en el SDAP. Ilse trabajaba en el departamento de formación dando charlas, conferencias y cursos para jóvenes y mujeres, para sindicatos y dirigentes sin­dicalistas. Al mismo tiempo retomó la escritura publicando reportajes y ensayos en la prensa del partido, sobre todo en el periódico Arbeiter-Zeitung y la revista Rote Revue, aunque también escribía textos teó­ricos más extensos como Großmächte der Finanz und der Industrie (1930) sobre la competen­cia y el monopolio en el capitalismo.

Entre 1931 y 1933 intensificó su labor docente. Como “profesora itinerante” pasaba la mitad de su tiempo en las regiones montañosas de Austria, especialmente en la región de Estiria donde cooperaba con el dirigente obrero Koloman Wallisch. Llegó a tener cierto renombre como “la famosa oradora Ilse Kulcsar de la Central de Formación de Viena”, como la anunciaban algunos periódicos regionales que, a la vez, daban cuenta de la gran variedad de temas que trataba en sus charlas y de los muchos pueblos y aldeas que visitaba. Simultáneamente impartía cursos de formación para cuadros del partido y presidía reuniones cuyo fin era organizar la lucha contra el nacionalsocialismo y el austrofascismo.

Después del “golpe administrativo” del canciller socialcristiano Engelbert Dollfuß que en marzo de 1933 logró paralizar el parlamento austriaco para implantar un régimen autoritario, católico y ultraconservador, Ilse acordó con el secretariado del SDAP realizar actos provocadores contra la incipiente dictadura. Así, impar­tió varias conferencias en la provincia de Alta Austria en las que criticaba duramente al régimen. Acusada de “insultos al gobierno”, fue detenida el 6 de abril de 1933 y condenada a diez días de prisión y 160 chelines de multa. Su detención causó un gran impacto mediático, amplias protestas por parte de la socialdemocracia y el regocijo de la derecha, cuyos periódicos la habían puesto en la picota desde hacía tiempo, por su supuesto “carácter agresivo” que había ocasionado” duros enfrentamientos”[v]. También en su segunda estancia en prisión, Ilse enfermó gravemente, esta vez de una artritis reumatoide.

El clima político cada vez más represivo dificultaba la publicación de prensa crítica con el régi­men. Por ello, el SDAP encargó al matrimonio Kulcsar la edición de un periódico semanal clan­destino. De forma paralela, la pareja fundó un grupo, igualmente clandestino, que se inspiró en el grupo alemán Neu beginnen (Empezar de nuevo), con el que colaboró. El grupo vienés era pequeño, pero acogía a personas que iban a ser importantes para la lucha ilegal, el exilio y la reconstrucción de Austria tras la derrota del nazismo en 1945. La labor del grupo consistía en organizar la resistencia contra las dos va­riantes del fascismo que amenazaban Austria, el nacionalsocialismo y el austrofascismo, mediante contactos con sindicalistas de grandes empresas industriales de los barrios obreros de Viena. Tras la breve Guerra Civil del febrero de 1934, el grupo pasó a llamarse Gruppe Funke, adoptando el nombre de la revista fundada por ellos, en homenaje a la revista que Lenin había publicado en su exilio: Iskra (Chispa), y de la que se llegaron a imprimir cuatro números.

El 12 de febrero de 1934 estalló la breve Guerra Civil austriaca, el primer enfrentamiento de grupos de izquierda contra un fascismo que estaba inundando una parte considerable de Europa. En ciudades con una gran población obrera como Viena, Linz, Steyr, Bruck an der Mur o Graz se produjeron enfrentamientos entre el Republikanischer Schutzbund, una organización paramilitar del partido socialdemócrata, y el Partido Comunista, por un lado, y el Ejército austriaco y las unidades paramilitares socialcristianas de la Heimwehr, por el otro. Hubo más de 1.600 muertos y heridos, en juicios sumarios se condenó a muerte a 24 personas, aunque “solo” nueve hombres fueron ejecutados, entre ellos Koloman Wallisch, con el que Ilse había trabajado en Estiria.

Leopold Kulcsar fue detenido el primer día de los enfrentamientos. Ilse consiguió refugiarse en casa de sus padres y en el pequeño piso del político laborista inglés Hugh Gaitskell, ya que en aquel entonces tenía buenas relaciones con varios socialistas británicos. Tras los enfrentamientos de febrero, Ilse alquiló un piso grande en un edificio emblemático de Viena: el primer bloque alto del país, situado en una calle céntrica, dominio de la burguesía, la Herrengasse. Durante los meses siguientes se utilizó el apartamento como vivienda y lugar de reuniones clandestinas, pero también como escondite y almacén de material propagandístico ilegal. Cuando a finales de 1934 la policía descubrió la actividad conspirativa de los Kulcsar los dos consiguieron huir a Checoslovaquia, el primer país de su exilio. Se establecieron en Brno y empezaron a colaborar con la cúpula del SDAP en el exilio, en torno a Otto Bauer, dirigente y máximo exponente del llamado austromarxismo, y a trabajar en la revista de debate trimestral Sozialistische Tribüne, que se repartía clandestinamente en Austria.

En aquella época su matrimonio entró en crisis. Sus posiciones políticas cada vez más divergentes y sus opiniones encontradas acerca del estalinismo comenzaron a abrir un abismo entre los dos que pronto resultaría insalvable. Mientras que Leopold se acercaba poco a poco al comunismo soviético, Ilse volvió a las raíces del socialismo humanista-democrático característico del austromar­xismo. Leopold se quedó en Checoslovaquia, a caballo entre Brno y Praga, y comenzó a realizar importantes trabajos para la embajada de la República española, creando, por un lado, una estructura que permitía a los voluntarios de varios países llegar a España para enrolarse en las Brigadas Internacionales y, por otro, poniendo en funcionamiento una red de informadores en la Alemania nazi, en Austria, Hungría y otros países.

Ilse, en cambio, quería participar en primera línea en la lucha contra el fascismo, como periodista en la Guerra Civil Española. A finales de octubre de 1936 viajó a París, con una invitación personal del embajador republicano Luis Araquistaín y una carta de recomendación de Otto Bauer. Desde París se trasladó a España, primero a Valencia y a Alicante, donde mantuvo una larga conversación nocturna con André Malraux. El 2 de noviembre voló de Alicante a Madrid. Empezó a trabajar como reportera en compañía de otros corresponsales hasta que el 16 de noviembre pisó por primera vez la Telefónica, “durante una alarma aérea cuando solo estaban en­cendidas las luces azules de emergencia y la mayoría de las salas estaban vacías. Entonces llegué como periodista junto con otros periodistas y la bienvenida por parte del censor de turno no fue muy amable. Era Arturo Barea, que iba a ser mi segundo marido”, como comentaría casi treinta años más tarde en un texto autobiográfico que se publica por primera vez junto con la edición española de la novela Telefónica. A los tres días empezó a trabajar en la censura: sus conoci­mientos eran necesarios dado que la censura española “estaba en pie de guerra con la prensa ex­tranjera” y “apenas hablaba otras lenguas”. Pronto se la conoció como “Ilsa la de la Telefónica” y muchos corresponsales la tenían en alta estima, no solo por su dominio de cuatro lenguas sino también por su experiencia periodística y su mano izquierda como intermediaria entre los españoles y los extranjeros. Sin embargo, sus maneras directas y su independencia política levantaron sospechas, primero entre los anarquistas, más tarde entre los comunistas. Fue sobre todo el nuevo enfoque de la censura, mucho más periodístico y propagandístico, lo que causó los recelos de sus superiores y de algunos dirigentes.

Los pocos meses que Ilsa trabajó en la Telefónica fueron convulsos y llenos de intrigas políticas y personales. Así, a finales de diciembre fue detenida en Valencia durante una visita a Arturo, acusada de ser una espía trotskista por su amistad con el dirigente socialista austriaco Otto Bauer. El malentendido se aclaró en pocas horas y el 1 de enero de 1937 Ilsa fue confirmada como miembro del Gabinete de Censura Extranjera. En primavera, poco después del nombramiento de Arturo como jefe de la estación de radio republicana EAQ, ambos fueron detenidos de nuevo, a causa de diferentes intrigas contra ellos. En aquellos meses se redactaron varios escritos a instancias del servicio secreto comunista acusándoles de colaborar con la quinta columna, de actos propagandísticos contra el gobierno y de malversación de fondos, imputaciones que podían haberles llevado a prisión o incluso a ser ejecutados.

Tras un verano complicado, en el que sus superiores les obligaron a pasar unas vacaciones forzosas en varios lugares de la costa mediterránea, sin poder regresar a sus puestos en la Censura, volvieron de nuevo a Madrid. Ante la situación insostenible, las sospechas de ser objeto de vigilancia por parte del Servicio de Información Militar (SIM) y sin poder contar con ningún apoyo institucional, en noviembre optaron por alejarse de la capital y refugiarse otra vez en la costa, en San Juan de la Playa, Alicante.

Allí, un buen día aparecieron dos agentes del SIM con la orden de llevarlos a Barcelona. En coche llegaron a la capital catalana donde, para su gran sorpresa, les estaba esperando Leopold Kulcsar, el todavía marido de Ilsa. Había sido él quien les había hecho detener para salvarles del peligro inminente de una “campaña política contra ella”[vi].

Este no fue el único reencuentro entre Ilsa y su primer marido, ya que los dos se habían visto en enero en París. En aquella ocasión habían llegado a un acuerdo de divorcio para que Ilsa pudiera casarse con Arturo[vii]. El encuentro entre los tres resultó agradable, pese a la misión que Leopold estaba llevando a cabo: perseguir e interrogar a trotskistas en España, en especial a Kurt y Katja Landau, dos destacados dirigentes austriacos que habían venido a España para colaborar con el POUM.

En el folleto Los verdugos de la revolución española (1937-1938), que publicaría tras su regreso a Francia, Katja Landau narra el encuentro con Leopold Kulcsar en la checa barcelonesa del Paseo de San Juan, “inventando de continuo métodos nuevos de torturas físicas y morales”[viii]. Landau menciona además dos encuentros con Ilsa en la checa, encuentros que confirma Arturo en La llama. Cuenta en su novela que asistió con Ilsa a un interrogatorio llevado a cabo por Leopold y describe la entrada a la habitación de “una mujer menuda, con facciones tensas y amargadas y los ojos oscuros, dilatados, de un animal perseguido” que inesperadamente se dirige a su novia, es decir, a la mujer de Kulcsar: “—Tú eres Ilsa. ¿No te acuerdas de mí, hace doce años, en Viena? Se estrecharon las manos e Ilsa se quedó rígida en su silla”[ix].

En su folleto, Katja Landau afirma que “Ilse Kulcsar-Barea” se había mudado a “París y se ha vuelto a casar con un estalinista español”[x] y denuncia que Ilsa estaba difundiendo calumnias contra ella y su marido. No se conocen otros testimonios que acrediten las supuestas calumnias proferidas por Ilsa, pero resulta obvio que Arturo nunca fue “estalinista”. Es más, Ilsa y él querían abandonar España poco después de aquel interrogatorio por los peligros a los que se enfrentaban al ser considerados agentes trotskistas. Aun así, tuvieron que aguantar dos meses más en Barcelona antes de poder salir del país.

Leopold aprobó la nueva relación de Ilsa y aceptó el divorcio. Sin embargo, no fue necesario pasar por los complicados trámites legales ya que Leopold murió inesperadamente el 28 de enero de 1938 en Praga a causa de una insu­ficiencia renal aguda. Por ello, el 17 de febrero Ilsa y Arturo se casaron en Barcelona. Cinco días más tarde lograron salir de España camino a París donde pasarían un año de penurias económicas. En la capital francesa Ilsa escribió gran parte de Telefónica y Arturo comenzó a trabajar en su trilogía autobiográfica, compartiendo una única máquina de escribir, su gran tesoro. Gracias a un golpe de suerte en la lotería, los dos pudieron pagar las deudas acumuladas durante su año parisino y comprarse dos pasajes para marcharse el 13 de fe­brero de 1939 a su exilio definitivo: Gran Bretaña. A finales de marzo se instalaron “en una casa que les prestaron en un pequeño pueblo, Puckeridge, en Hertfordshire”[xi]. Fue allí donde Ilsa puso punto final su novela.

El 25 de agosto de 1939, Ilsa recibió un telegrama indicándole que se dirigiera a Evesham para colaborar con el Monitoring Service, el Servicio de Escuchas de la BBC, en el que Ilsa trabajaría hasta primavera de 1945. En este centro tenía que escuchar, junto con otros emigrados polí­glotas como Ernst Gombrich, Martin Esslin, Olive Renier o George Weidenfeld, la radio alemana para traducir lo oído y redactar informes sobre su contenido, un tra­bajo que compaginaba con traducciones y conferencias.

A finales de agosto de 1939, los padres de Ilsa llegaron a Londres. Gracias a este viaje lograron salir de la Austria ocupada por el Tercer Reich poco antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, por lo que Valentin, de ascendencia judía, pudo salvar la vida evitando una muerte segura en algún campo de concentración. Junto con los padres y otras compañeras del Servicio de Escuchas, Arturo e Ilsa residieron en diferentes casas, de­pendiendo del lugar de trabajo de Ilsa, y disfrutaron de una intensa vida social. En 1947 se instalaron definitivamente en Middle Lodge, Faringdon, cerca de Oxford. Tanto Ilsa como Arturo se dedicaron a escribir y a traducir. Entre muchas otras obras, Ilsa tradujo La forja de un rebelde al inglés. A pesar de su intensa actividad literaria y periodística, las quejas sobre sus problemas económicos eran una constante en sus cartas. Ilsa volvió a la actividad polí­tica, se afilió al Partido Laborista y, tras adoptar la nacionalidad inglesa en 1948, llegó a ser concejala de su localidad. Profesionalmente se dedicó sobre todo a la traducción e inter­pretación. Ese mismo año comenzó a trabajar como intérprete en congresos sindicalistas internacio­nales, una labor que desarrollaría durante décadas. Era capaz de traducir e interpretar indistintamente de y a cuatro lenguas: alemán, inglés, español e italiano, y dejó constancia de su experiencia en este campo en varios textos sobre “la ciencia de la interpretación”. Asi­mismo, Arturo y ella escribieron a cuatro manos libros sobre España como Spain in the Post-War World(1945), Unamuno (1952) o Lorca. The Poet and his People (1954). Ilsa también se hizo cargo de una parte de la corres­pondencia de su marido y de la suya propia, muy extensa, con personas repartidas por todo el mundo y en varias lenguas. Y a veces, como confesó a su amiga Margaret Weeden, cometía un “fraude literario” escribiendo: “ensayos para Arturo, en su espíritu, pero en mi estilo Arturo”[xii].

El 24 de diciembre de 1957 Arturo falleció de un infarto, consecuencia de un cáncer que no se había descubierto. Su muerte supuso una pérdida irrecuperable para Ilsa. Abandonó Middle Lodge y con su sobrina Uli se trasladó a Londres. Siguió con su labor de intérprete para sindicatos y traductora literaria del alemán y español al inglés, haciéndose cargo de la obra póstuma de Arturo: tradujo su novela La raíz rota (1951) y editó su volumen de cuentos El centro de la Pista (1960). Simultáneamente trabajaba para diferentes editoriales, fue la res­ponsable de dos colecciones de literatura clásica internacional y se convirtió en una mediadora entre el mundo anglófono, germánico e hispano. También retomó su labor periodística para diferentes medios austriacos y colaboraba a veces con la BBC hablando de literatura, de su experiencia como extranjera en Inglaterra o de la pesca de lucios, su pasión cuando vivía en Middle Lodge.

Ya en los años cincuenta había empezado a trabajar en un libro sobre la historia cultural de Viena que se publicó finalmente en 1966 en inglés bajo el título de Vienna: Legend and Reality, dos años después salieron sen­das traducciones al danés y español.

A partir de los años sesenta, Ilsa pasaba cada vez más tiempo en Austria. Una de las razones eran los cursos de formación que impartía para la Federación de Sindicatos de Austria (ÖGB). En las fotos de aquella época se la ve seria y menuda, la única mujer en un pétreo mundo sindical masculino. En 1965 decidió regresar definitivamente a Viena donde daba cla­ses y conferencias para sindicatos, colaboraba con diferentes instituciones sindicales en el ámbito de la cultura y la educación, recibía alguna que otra medalla por su trabajo político, escribía un artículo mensual para la revista del sindicato ferroviario y publicaba textos sobre asuntos políticos, sociales y económicos en las revistas Zukunft y Arbeit und Wirtschaft.

Su salud, de por sí débil, empeoró más y más y le impidió seguir trabajando. Sus últimos meses los pasó postrada en la cama hasta que falleció el 1 de enero de 1973. Dejó varios proyectos sin terminar, entre ellos un libro sobre Franz Schubert, su compositor favorito, una autobiografía de la que solo existen cinco folios con el título de Alone and together. An essay in biography by autobiography, la versión alemana –que no traducción– de su largo ensayo sobre Viena y la publicación en forma de libro de su única novela: Telefónica.

En realidad, la novela ya se había publicado: en el periódico socialista austriaco Arbeiter-Zeitung, en 70 entregas, entre el 13 de marzo y el 4 de junio de 1949, coincidiendo con el décimo aniversario del final de la Guerra Civil. Ilsa había escrito la novela en su exilio parisino, terminando el manuscrito, que lleva el título de In der Tele­fonica (En la Telefónica) en “Hertfordshire, England” en un día señalado de la Guerra de España, el “31st March, 1939”. La novela se basa en hechos reales, aunque solo una cuarta parte del texto es autobiográfica, como explicó en una carta de 1958, y los acontecimientos históricos se condensan en favor de la fábula. Lo que la autora quiere es dar vida a las personas que sufrieron el asedio fran­quista contando la verdad, “no la que consta en las actas sino la verdad interior de todos nosotros”, como aclara en el prólogo.

La acción de la novela se desarrolla durante cuatro días, del 16 al 19 de diciembre de 1936, casi exclusivamente en el edificio de la Telefónica y sus alrededores. La novela cuenta el día a día de las personas que trabajan en la Telefónica, en aquel entonces el edificio más alto de la capital española y blanco preferido de las tropas franquistas que acosaron Madrid: una decena de corresponsales de varios países; los administradores militares y civiles del edificio; los responsables de la censura y la vigilancia; los directivos políticos de los partidos; y las mujeres y los niños refugiados en sus sótanos.

El hilo conductor del texto es la historia de amor entre el comandante Agustín Sánchez y una periodista alemana, Anita Adam, que acaba de llegar a Madrid para colaborar con la censura de la prensa extranjera. En esta estructura básica van entrelazadas numerosas historias que cuentan destinos indivi­duales convirtiendo Telefónica en un texto coral, con multitud de perspectivas y enfoques contrapuestos que evocan historias de las hombres y mujeres que la autora había conocido durante su labor en la Telefónica. Y se tratan los temas grandes de la Guerra Civil: la resistencia de la población civil contra los bombardeos y los ataques del ejército trifachito de la época: franquista, italiano-fascista y nacionalsocialista; los debates y enfrentamientos entre socialistas, comunistas y anarquistas; el omnipresente miedo al espionaje y la quinta columna; la presencia del servicio secreto dispuesto a asesinar ante la más leve sospecha; y, uno de los temas clave de la novela, la situación de las mujeres en un mundo revolucionario que socialmente sigue siendo muy conservador y dominado por los hombres.

La novela versa sobre los mismos aconteci­mientos que su marido Arturo Barea relataría en el tercer volumen de su trilogía autobiográ­fica La forja de un rebelde, finalizada en 1944. Mientras que el texto de Arturo pretende ser un testimonio tanto personal como literario que trata lo pasado desde una perspectiva indivi­dual en primera persona, la novela de Ilsa intenta llevar los hechos históricos a un nivel ejem­plarizante. Con ello, se inscribe en la tradición de la novela de crítica social en torno a 1930, novelas de fácil lectura con una finalidad didáctica para convencer al público de la necesidad de la lucha so­cialista. En Telefónica, Ilsa Barea-Kulcsar pretende lo mismo: informar, mediante sus propias experiencias, a los lectores y especialmente a las lectoras sobre la Guerra de España, el asedio de Madrid, las tensiones ideológicas en la parte republicana y, a la vez, ejemplificar la necesi­dad de la emancipación femenina. En esta, su primera y única novela sorprende la habilidad literaria de la autora: una técnica de montaje que permite un constante cambio de perspectivas, un juego combinado de diferentes voces narrativas que muestran lo narrado desde distintos puntos de vista en combinación con un estilo parco y contenido que omite cualquier detalle superfluo para con­centrarse en lo importante: contar el ejemplo de la lucha de los “habitantes” de la Telefónica contra el fascismo que se había instalado en una parte considerable de Europa y que pronto hundiría el continente en la peor catástrofe del siglo XX.

 

[i] El retrato más extenso de Ilsa Barea-Kulcsar se encuentra en Michael Eaude: Arturo Barea. Triunfo en la medianoche del siglo. Mérida: Editora Regional de Extremadura 2001, 243-272.

[ii] Ernst Glaser: ‚Die Zeit der Illegalität. Muriel Gardiner (1901-1985) und Ilse Kulcsar (1902-1976)‘. En: IWK-Mitteilungen 3/1995, 2-9, 3.

[iii] Patrick Seale, Maureen McConville: Philby. The Long Road to Moscow. London: Hamish Hamilton 1973, 60.

[iv] Die Stunde, 24 de diciembre de 1925.

[v] Salzbuger Volksblatt, 7 de abril de 1933.

[vi] Arturo Barea: La llama. Ed. de Gregorio Torres Nebrera. Mérida: Editora Regional de Extremadura 2010, 490.

[vii] Ibid., 381.

[viii] Katia Landau: Los verdugos de la revolución española (1937-1938). Trad. de Miguel Chueca. Málaga: SEPHA 2007, 74; véase también Hans Schafranek: Das kurze Leben des Kurt Landau. Ein österreichischer Kommunist als Opfer der stalinistischen Geheimpolizei. Wien: Verlag für Gesellschaftskritik 1998, 491-496.

[ix] Barea: La llama, 496.

[x] Landau: Los verdugos de la revolución española, 74.

[xi] Eaude: Arturo Barea, 148.

[xii] Carta a Margret Weeden, 7 de julio de 1946. En: Ruth Longdin (ed.): Letters from Ilsa Barea to Margaret Weedon [!] 1946-1966. Archivo Uli Rushby-Smith. A lo largo de la correspondencia hay varias alusiones al hecho de que Ilsa escribiera de vez en cuando ensayos o artículos en nombre de Arturo o que reescribiera parcialmente sus textos.

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