Sábado de gloria para los comerciantes de Perpiñán ante la avalancha de catalanes procedentes del sur convocados por el loco ese de la vida que vive como un rey en el exilio allá por Waterloo, en tierras belgas, precisamente donde Napoleón se dejó los dientes y el sueño ramplón de su fugaz imperio.
Multitud de catalanes, digo, convocados por ese loco que las lleva piando va para tres años a espaldas de una legislación y modos europeos de difícil comprensión que hacen de España toro y del piante torero. ¡Ya son unas cuántas las banderillas que lleva puestas el felón! Eso sí, con el apoyo y bendición de togas y banderas que, de paso, se sacan otras cuántas que España les puso en otro tiempo.
Sea como sea, en el día de hoy, sábado santo perpiñanés, último de los de febrero, han palpitado en miles de corazones deseos transformados en realidades, por unos minutos, viviendo en su particular Arcadia –un poco apretados, eso sí, que el parque francés no daba para más–, regando de lagrimones –unos de pena y otros de alegría– pañuelos y esteladas más caros de lo normal, que los chinos andan con eso del virus jodón y no es cosa de arriesgar el pellejo de verdad.
Volverán en unas horas los unos al sur de nuevo, a encastrarse entre españoles ¡válgame Dios! y el otro, el que un día y otro también piando va su suerte y su desgracia, a su jaula, que aunque dice o pía lo contrario, va para largo a pesar de un Gobierno de España estrafalario.
Juan M. Martínez Valdueza
29 de febrero de 2020