El objetor de conciencia

1.- El héroe moral y el ciudadano corriente.

La palabra Leviatán significa en este artículo cualquier poder externo a la conciencia moral y que trate de imponerla un criterio ético equivocado. En los tres ejemplos que siguen se trata del Estado, dotado de coacción jurídica suficiente para imponer su voluntad sobre la del ciudadano de a pié. A estos efectos, da igual que se trate de un rey, un dictador, un parlamento democrático que dicte leyes contrarias a los valores éticos, o  un Referendum aprobado por amplia mayoría y que sancione lo que es objetivamente antivalioso.

En general, Leviatán designa aquí al fuerte que pisotea al débil al margen de los valores. En efecto, si desaparecen los valores, lo único que queda es la Ley del más fuerte, el puño de Leviatán. El débil no tiene amparo alguno.

La conciencia moral percibe un valor ético como lo que debe ser, con independencia de que se cumpla o no. Existe una intuición axiológica, que capta el valor ético que incondicionalmente debe ser. Es una voz que viene de lo alto;  no viene de este mundo. Por eso, la presión de Leviatán jamás será percibida por la conciencia moral como lo que debe ser, sino siempre como lo que es, lo que ocurre o se da de hecho. Sólo incurriendo en la falacia es → debe ser cabe percibir erróneamente alguna apariencia de dignidad en la fuerza bruta de Leviatán.

El valor ético es sentido como una obligación en lo más íntimo de la conciencia. La presión de Leviatán, en cambio, nunca llega al interior de la conciencia. Es simplemente una amenaza ajena a los valores y que viene de este mundo, mera coacción externa. La violencia de Leviatán, independientemente de su intensidad y de que se resista a ella o no, siempre es. Nunca está en la situación de deber ser y no ser aún, que es justamente lo que define un valor ético.

Los escolásticos afirmaban con toda razón que nunca se puede obrar contra la propia conciencia cierta. Por cierta entendían lo opuesto a dudosa. Cuando la conciencia moral percibe con toda nitidez el deber ser de un valor ético, se ha llegado al final. No hay más que hablar. Aparece -o al menos sería deseable que apareciese- el objetor de conciencia, la persona decidida a morir antes que ceder a la presión de Leviatán. La voz de la conciencia cierta es escuchada como la suprema voz de Dios.

Digamos de paso que, después de la formalización de la lógica, ya no hay ateos, sino sólo ignorantes del moderno cálculo lógico, gracias al cual tenemos ordenadores. Los que se creen ateos debieran comprender que se contradicen a sí mismos, si los usan.

Volviendo a nuestro tema, recordemos tres ejemplos egregios de objetores de conciencia.

1. Thomas More. Era el mejor abogado de Inglaterra. Agotó todos los  artilugios legales para eludir el juramento pedido por Leviatán, en este caso Enrique VIII. Pero cuando ya no le dejaron escapatoria posible resultó ser un grandioso héroe moral. Se negó a jurar aunque eso le costara la vida, y ni siquiera su familia, deudos y amigos iban a entender su conducta. Decir simplemente sí le  bastaba para continuar viviendo, y aun recuperar la confianza del rey. Pero dijo no. Fue públicamente decapitado por ser fiel a su conciencia moral cierta.

2. Giacomo Matteotti. Leviatán era ahora Mussolini. La máxima fascista rezaba:  todo dentro del Estado y nada fuera del Estado. Matteotti era diputado del Partido socialista italiano. Tuvo la gallardía de oponerse en el Parlamento a Leviatán. Antes de ser asesinado por los pistoleros fascistas nos dejó una frase inmortal. Uccidetemi, ma la idea che é in me non l´ucciderete mai. Matadme, pero la idea que hay en mí no la mataréis jamás. En efecto, Leviatán no ha conseguido todavía, ni conseguirá jamás, que la falacia es → debe ser deje de ser tal.

3. José Calvo Sotelo. Leviatán era ahora el Frente Popular dominado por el partido comunista español y que ganó las elecciones en febrero 1936. Fue amenazado de muerte  en plena sesión del Congreso de los Diputados. Su respuesta fue tan inmortal como la de Matteotti. Más vale morir con honra que vivir con vilipendio. Pocos días después fue asesinado, y no por pistoleros a sueldo, sino por policías oficiales, por funcionarios del Ministerio de Gobernación de entonces.

No se puede esperar que todo el mundo llegue a la altura de estos tres héroes morales. Pero al menos sí  puede pedirse al ciudadano corriente que reconozca, teóricamente al menos, que nunca se puede actuar contra la propia conciencia moral cierta. Al margen de que  seamos o no capaces de vivir con arreglo a este criterio.

Pasemos a un cuarto caso. Sea ahora Leviatán el Parlamento español, que durante el Gobierno de Rodríguez Zapatero aprobó, con impecables procedimientos democráticos, que el matrimonio entre homosexuales tiene pleno reconocimiento legal y está al mismo nivel jurídico que matrimonio tradicional entre hombre y mujer.

¿Puede un ciudadano corriente sentir tal ley como una obligación en conciencia? Nunca. Es  una ley en contra del valor ético Respeto a la naturaleza. Obviamente no se trata más que de la ley del más fuerte, de la presión externa del Leviatán de turno. Si alguna obligación surge en la conciencia del ciudadano honrado será más bien la de oponerse a ella y constituirse en objetor de conciencia, aunque en ello le vaya la vida.

Supongamos un juez que se niega a reconocer el matrimonio civil de dos lesbianas,  que además pretenden adoptar un niño como hijo de las dos. Puede ser multado o castigado Incluso ser expulsado de su carrera. Lo menos que se puede afirmar es que no tiene obligación alguna en conciencia de someterse a Leviatán. Que lo haga o no, lo dejamos al margen. Sólo nos interesa enfatizar la teoría. Debería constituirse en objetor de conciencia, aunque le costase su profesión, su hacienda o quizá su vida. Sería el héroe moral que necesitamos en estos momentos.

2.- Conciencia cierta y conciencia verdadera.

Los diputados que aprobaron una ley como la anterior obraron probablemente con conciencia cierta. O al menos supongamos que fue así. Pero el problema está en si esa conciencia, además de cierta, fue verdadera. Conciencia cierta se opone a conciencia dudosa como conciencia verdadera se opone a conciencia errónea. Los tres héroes morales citados nos parecen tales porque sus conciencias fueron ciertas y verdaderas a la vez. Las conciencias de los diputados en cuestión fueron quizá ciertas, pero erróneas. ¿Hay algún modo claro y evidente de saber si una conciencia, por muy cierta que sea, es además verdadera, o por el contrario es errónea?

Sí lo hay. Se trata de la llamada Regla de Oro: trata a los demás como quieres que los demás te traten a ti. Que todos nos tratemos de la misma manera y además ventajosa para todos.

En la pedante jerga de Kant: actúa de tal manera que tu máxima pueda ser regla  universal. Lo expresó mejor cuando fue más sencillo: aunque todo el mundo asesinase, no por eso el asesinato como tal se convertirá en algo digno en sí mismo.

En términos que puedan ser formalizados en Lógica moderna: si todos los humanos, todos sin  excepción, se atuvieran a la conducta X , todos saldrían ganando y nadie perdiendo.

La aplicación de esta Regla de Oro al cuarto caso es evidente. Si todos los humanos, todos sin excepción, se comportasen como homosexuales, la humanidad desaparecería de este planeta. Obviamente no hablamos de la homosexualidad de nacimiento. Eso es una desgracia, como nacer ciego o sordomudo. La misma naturaleza se encarga de que el porcentaje de estos casos se sitúe alrededor del 0,5 %. Estamos hablando de la homosexualidad libremente escogida y provocada, algo que ahora se considera no sólo digno y respetable, sino además legal, reforzado con la coacción jurídica.

3.- Reglas generales y casos concretos.

No hay ciencia ética de los casos concretos. En ningún libro está escrito lo que yo debo hacer aquí y ahora, en estas precisas circunstancias. Soy yo quien debe decidirlo. Jamás ha existido esta situación en la historia universal, pues no hay otro yo en mundo, como dice D. Quijote. Quizá otro pueda verse en la misma situación que yo, con todos los detalles exactamente iguales. Pero hay una diferencia esencial: él es él y yo soy yo. No hay ciencia posible de lo que sólo ocurre una vez.

En cambio sí hay ciencia ética de las reglas generales. Es posible identificar materias valiosas que deben incondicionalmente ser, aparte de cuál sea la realidad de las conductas humanas. Pueden reconocerse  de modo teórico por la Regla de Oro.

La distinción entre ética de reglas y ética de casos es en realidad lo mismo que la distinción entre conciencia verdadera y conciencia cierta. Esta última es para los casos concretos, para las inexcusables decisiones aquí y ahora que yo debo tomar y para las que no hay precedentes exactamente iguales. La conciencia verdadera, en cambio, concierne a la verdad ética, que es independiente del aquí o ahora. Se relaciona con las reglas generales.

No nos ocupamos en este trabajo de si alguien aquí y ahora tiene que jugarse la vida frente a Leviatán por ser objetor de conciencia. Eso será su decisión libre y arriesgada, y Dios dirá en el Juicio Final en qué medida acertó o erró. En cambio,  lo que ahora nos ocupa es la regla general que afirma: si las exigencias de Leviatán son gravemente contrarias a los valores éticos objetivos, surge la obligación de declararse objetor de conciencia, aunque esté en juego la carrera, la hacienda o incluso la vida. Y por la Regla de Oro puede saberse de antemano si la presión de Leviatán coincide o no con los valores éticos objetivos.  Es una cuestión teórica. No nos interesan los casos concretos, sino las reglas generales. No nos interesa la conciencia cierta a secas, sino la cierta y verdadera a la vez

4.-  El Respeto al sexo humano forma parte del Respeto a la naturaleza.

Aclarados estos conceptos, volvamos al tema tan candente del matrimonio homosexual. Sirve de pauta para las demás aberraciones sobre el sexo humano que ahora quiere imponer Leviatán, convertido en la mayoritaria opinión pública, sancionada además por parlamentos o incluso por Referenda, y reforzada por la unánime e incesante voz de los mass media. Nunca Leviatán fue tan monstruoso y repugnante. Nunca fue tan temible y poderoso. La voluntad de Leviatán es lo políticamente correcto, como ahora se dice.

En la Sierra de Madrid, no lejos del conocido Puerto de los Cotos, hay una extensa charca, rodeada de una empalizada y con varios carteles que piden respeto para una determinada especie de sapos, que está amenazada de extinción y sólo allí se conserva. Lo menos que puede decirse a propósito de la homosexualidad libremente querida y excitada es que el sexo de los humanos forma parte de la naturaleza lo mismo que el sexo de los sapos. Si calificamos de  antiecológica una conducta que promueva la homosexualidad entre estos sapos y provocase la extinción de esta especie, no menos antiecológica  debiera parecernos la equiparación teórica, y no digamos legal, entre homosexualidad y heterosexualidad.

Quizá la mejor arma con que el objetor de conciencia actual puede luchar contra la enorme presión del actual Leviatán consista en la ironía socrática. Poner de relieve la contradicción lógica de defender al mismo tiempo la ecología, o respeto al medio ambiente, y postular que cada cual puede hacer con  su sexo lo que  quiera. Se predica el Respeto a la naturaleza, pero se excluye el respeto al sexo humano, porque,  según dice Leviatán, el sexo humano no forma parte de la naturaleza.

La única manera de abrir una fisura en la maciza y compacta idiocia de  este Leviatán es imaginarnos a Sócrates  vivo en nuestros días y gritando sin miedo

Nosotros pedimos Respeto para el genoma humano movidos por vuestro  ejemplo de pedir Respeto para el genoma de los sapos.

 

José María Méndez

axiología@telefonica.net

 

Publicado en Tiempo de Derechos. # 3. Ciudad de México. Julio 2018

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