La sirena del Pozo María anuncia la salida de la procesión. Desde la iglesia nueva, el Cristo de los Mineros inicia su peregrinaje a hombros de aquellos que hoy vuelven a vestir funda y casco. Han pasado dos largos años desde la útima procesión y por eso, la comarca de Laciana, ha revivido, con más emoción que nunca, la procesión que ha sido acogida, de forma multitudinaria, por centenares y centeneras de lacianiegos y visitantes.
En el templo, la banda de cornetas y tambores de la cofradía, hace el pasillo a la salida del Cristo. La Virgen Dolorosa es su escolta, cubierta con un manto negro en señal de luto. Son las mujeres quienes, vestidas de riguroso negro, portan la talla.
Comienza la procesión, encabezada por la Cofradía del Cristo de los Mineros, que este año estrenó estandarte con motivo de su cincuenta aniversario. Ese que tenía que haberse conmemorado en 2020. A paso lento pero firme avanza la comitiva, a golpe de tambor y de corneta. Lo hace por las calles estrechas y pendientes de Caboalles de Abajo. Silencio absoluto entre los asistentes en señal de respeto hacia la identidad minera de la comarca.
La sirena del Pozo María vuelve a sonar. Es la primera parada. La comitiva se detiene en la Capilla que alberga, durante todo el año, la talla religiosa del Cristo de los Mineros, que data del siglo XVIII. Allí, las voces de las mujeres del coro parroquial entonan cantos religiosos que emocionan.
Cae la noche. La luz de las lámparas de los mineros guían el camino. Ahora la procesión se dirige, acortando el recorrido, al nuevo monumento de los mineros, aún sin concluir, que se ubica en la calle Carreirón. Toque de sirena, ofrenda de corona de laurel en memoria de todos los fallecidos en el tajo y bendición del monumento.
Tras este sencillo tributo, la comitiva atraviesa el puente, alumbrado por antorchas, y pone rumbo hacia la iglesia, donde tiene lugar uno de los momentos más simbólicos: el reencuentro, frente a frente, del Cristo de los Mineros y la Virgen Dolorosa. Los costaleros y las costaleras, a una sola mano, alzan las tallas, hasta que ambos pasos se encuentran cara a cara. Es el final de la procesión del Cristo de los Mineros. Esa procesión que es nudo en la garganta. Es tradición. Es la familia minera rindiendo tributo a las raíces del valle. Es culto. Es emoción. Es recordar la historia de Laciana y a los que perdieron la vida en accidente de mina. Es no olvidar quiénes somos y de dónde venimos.